Primera generación
En el año de 1946, iniciaron los cursos en el Instituto Tecnológico de México, con una matrícula de 23 alumnos en la Licenciatura de Economía. Mi señor padre, abogado de 33 años, casado y con tres hijos, Jacinto Rodríguez Mateos, se inscribe ostentando la matricula número 13. Recuerdo vagamente, pues tenía yo apenas 5 años, que mi mamá lo despedía con un “que te vaya bien en la escuela”, mismo que a mí me aplicaba por las mañanas y que durante algunos años fue algo cotidiano en nuestra casa.
Siendo mi padre abogado laborista, siempre tuvo la convicción de que debía de haber un justo precio para la mano de obra pero dependiendo básicamente de la capacidad económica de las empresas; esta sin duda fue una de las principales causas que lo motivaron a estudiar la carrera de Economía.
Fue apoderado y asesor jurídico de varias empresas y sindicatos, de estos últimos los más significativos fueron: los electricistas, mineros, telefonistas, tranviarios, pilotos navales y del periódico Novedades. Asimismo, fue titular del Departamento Técnico en la Dirección General de Estadística, la Gerencia de Estudios Económicos de la Cámara de Comercio, Director de Relaciones Industriales de Teléfonos de México, Publicaciones Herrerías y algunas más que escapan a mi memoria. Su tesis profesional se titula: La Participación del Economista en los Conflictos de Trabajo de Naturaleza Económica, en la que propone, entre otras cosas, la necesidad de que sea un economista el que funja como perito para determinar la viabilidad de las peticiones económica de los trabajadores. Recuerdo que fueron argumentos de tipo económico los que permitieron que sindicatos muy aguerridos moderaran sus pretensiones y lograran contratos colectivos que fueran considerados justos y viables, tanto por las partes como por las autoridades laborales. Desafortunadamente, mi padre falleció en 1970 a la edad de 57 años, cuando era uno de lo más reconocidos abogados laboristas del país.
Segunda generación
El primero de esta segunda generación fui yo, Octavio Rodríguez Fernández. Ingresé a la Licenciatura en Economía en 1964, después de haber estudiado Derecho en la UNAM. Estuve en la primera generación, de tiempo completo, en el plantel de la calle de Guadalajara. ¡Qué experiencia tan gratificante! mis compañeros, todos de menor edad que yo, eran una selección de jóvenes talentosos que tenían la manía de estudiar y estudiar, como nunca lo había visto en mis años previos en la universidad. Afortunadamente, pude contaminarlos de algunas prácticas extracurriculares que contribuyeron a que nuestro grupo fuera muy unido, y casi desde el principio hicimos un guardadito semanal para nuestra fiesta de graduación. Debo confesar que fueron los mejores años de mi vida estudiantil, a tal grado que cuando terminé la carrera, casi a diario pasaba un rato en la escuela.
Si bien nunca ejercí ni como abogado ni economista, en estricto sentido de ambas profesiones, la formación que adquirí me permitió desarrollarme en un campo relativamente nuevo en nuestro país: la computación. Nunca fui un experto en la materia pero pude apreciar el potencial de esa herramienta, y en la empresa donde laboraba en aquella época, Teléfonos de México, logré hacer aplicaciones diferentes a las comúnmente usadas, como eran la contabilidad, nómina, facturación, entre otras. También implementé sistemas de información estadística, proyecciones financieras y operacionales, controles de productividad y mucha información que, por la magnitud de la empresa, no se manejaba a nivel global, por lo que pudimos contar con mejores elementos para la toma de decisiones.
Fue tan grande el impacto que esta nueva disciplina me causó que hice un proyecto de tesis intitulado: El Economista y el Procesamiento Electrónico de Datos, mismo que fue visto con extrañeza y nunca pude convencer a nadie de la bondad de mi proyecto; pensar que pocos años después fue materia obligatoria en casi todas las carreras y en la actualidad es una de las divisiones más exitosas en nuestro Instituto, pero esa es otra historia. Poco después fui invitado a trabajar en Cervecería Moctezuma, pues tenían planeado comprar un gran equipo de cómputo y, mientras llegaba, me encomendaron las más disímbolas tareas, casi todas en la planta de Orizaba, Veracruz. Pero el clima y el retraso en la entrega del equipo me hicieron aceptar el puesto de Jefe de Sistemas y Procedimientos en la Secretaria de Hacienda y Crédito Público, en donde se me permitió implantar algunas prácticas para hacer más eficientes algunos procesos administrativos y, sobre todo, emitir informes más oportunos respecto a las funciones que ahí realizábamos. Después de poco más de dos años de trabajar en la Secretaría de Hacienda, me invitaron a trabajar en el entonces Departamento del Distrito Federal. Yo no quería irme de Hacienda pero había un programa de desconcentración administrativa del Gobierno de la Ciudad y pensaron que yo era la persona indicada para llevarlo a cabo.
Me recibió el entonces Regente, Lic. Octavio Sentíes Gómez y sin más preámbulo me dijo: “lo espero mañana sábado a las nueve de la mañana para que tome posición como Director General de Organización y Métodos, con la encomienda especial del Sr. Presidente de que formule un plan de trabajo para presentárselo en el próximo acuerdo; por cierto, a partir de mañana, será usted el funcionario más joven del Gobierno Federal”.
En el siguiente sexenio fui invitado por un querido compañero de generación y una de las mentes más brillantes con las que he tenido la suerte de entablar amistad, Armando Muñiz Cardona, quien me encomendó la creación de una Dirección General que controlara y prestara servicios de enlace a ochenta empresas y organismos propiedad del Gobierno Federal, que habían sido asignadas a la Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos en su calidad de cabeza de sector. Se hizo buen trabajo; uno de mis amigos y colaborador, el Lic. Jorge Rojas Pérez, con el permiso del Sr. Secretario, presentó las memorias de la creación y funcionamiento de la Dirección General de Control y Desarrollo Paraestatal a un certamen convocado por el Instituto de Administración Pública y obtuvo el primer lugar. Mi amigo, Armando Muñiz, fue nombrado Director General Adjunto del Banco Nacional de Crédito Rural y me invitó a colaborar como Jefe de Asesores. No los cansaré contándoles qué hicimos pero es el único trabajo por el que estaría dispuesto a pagar; me dieron manos libres, lo que nos permitió hacer pequeños cambios en el modo de operar del banco para que los apoyos técnicos y crediticios se multiplicaran.
Dejé el Sector Público y, desde 1982, soy un pequeño empresario en el ramo de la construcción.
Otra segunda generación
Mi hermana menor, María Elena, también estudió Economía en nuestro Instituto.
1968 fue un año que nos marcó a todos los mexicanos. Por lo que respecta a nuestra familia en el ITAM, fue muy especial. Mi señor padre presentó su examen profesional ante un jurado compuesto de antiguos compañeros. Su intenso trabajo no le permitió terminar la carrera en el periodo normal, así que fue condiscípulo de varias generaciones, lo que le permitió tener un gran abanico de buenos y talentosos amigos. Para mí, fue el último año escolar y el primero para mi hermana. Cuando le mencioné la intención de este trabajo, escribió lo siguiente:
“Cuando salí de la prepa me fui un año al extranjero y cuando regresé no pude entrar al ITAM. Estudié un año de Comercio Exterior. Al fin, entré a la carrera. Por supuesto, tuve que prepararme para el examen de admisión y gracias a la paciencia de Toño Bassols, quien me preparó, lo logré.
Entramos tres mujeres, los demás eran hombres, pero sólo yo aguanté a mis queridos compañeros. Como era mayor, ellos me pusieron el apodo de “la tía”. Me casé cuando estaba en tercero de la carrera. Esta generación fue la última que tuvo el plan anual.
Una anécdota simpática: a mi boda por la iglesia no faltó ninguno de mis compañeros, así que me tomaron una foto inolvidable con todos ellos. Cuando mi cuñada y mi suegra la vieron, dijeron que de dónde había sacado a tantos hombres. Cuando la veo y miro sus caras de jovencitos, pienso en cómo llegaron a destacar algunos logrando posiciones muy importantes, lo cual me hace afirmar que esta era una generación de exitosos. Personalmente, yo me realicé casándome y educando a dos estupendas hijas. Actualmente, me dedico a las artes plásticas y espero que siga nuestra familia de egresados del ITAM”.
Tercera generación
Tania Gabriela Rodríguez Huerta, segunda de cuatro hermanas, todas exitosas profesionistas, después de dos años de estudiar Nutrición en la UAM y un semestre en forma simultánea en la Facultad de Veterinaria de la UNAM, me dice que quiere estudiar Derecho y yo le recomiendo que lo haga en el ITAM. Recientemente, habían concluido los exámenes de admisión, por lo cual recurrí a mi amigo y ex compañero, Javier Beristaín, de tan grato recuerdo para toda la Comunidad ITAM, quien en ese momento se desempeñaba exitosamente como Rector del Instituto. Nos atendió con gran simpatía y le dijo a Gaby, como siempre la llamó, que le daría oportunidad de presentar el examen de admisión y que si obtenía notas sobresalientes sería aceptada, con la condición de que nunca reprobara alguna materia. Hizo el examen, fue aceptada y no sólo nunca reprobó alguna materia, sino que sus calificaciones fueron de excelencia: estuvo becada y obtuvo Mención Honorífica en su examen profesional. Ingresó a la Licenciatura en Derecho en 1989 y se recibió el 20 de mayo de 1994.
En ese entonces, Gaby llevaba un tiempo trabajando en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM como técnico académico. Ya había manifestado desde sus años de estudiante de licenciatura su interés en la investigación y en la docencia y estudiaba entonces la Maestría en Derecho en la UNAM. Dicha inquietud se la planteó a Víctor Blanco, Jefe del Departamento de Derecho y Director de la Licenciatura en Derecho del ITAM, quien la invitó a integrarse a la planta docente de Tiempo Completo. Así, a partir de enero de 1995, Gaby se integró al Departamento Académico de Derecho como profesora de Tiempo Completo bajo la jefatura del Dr. José Ramón Cossío Díaz. Durante la jefatura del Dr. Cossío, mi hija fue Directora de la Licenciatura en Derecho, primero de forma interina del 1 de agosto al 31 de diciembre de 2001, y después fungió como Directora del 1 de enero de 2002 hasta mayo de 2006, bajo la jefatura del licenciado Roberto del Cueto. A partir del 11 de agosto de 2011, Gaby fue nombrada nuevamente Directora de la Licenciatura en Derecho y de la Maestría en Derechos Humanos y Garantías, actividades que desempeña con enorme gusto y vocación. Cabe mencionar que estudió la maestría en la UNAM, en donde también le otorgaron Mención Honorifica y la presea Ignacio L. Vallarta, que la distingue como la mejor alumna de su generación.
No sé si existe algún otro ejemplo de “tres generaciones” egresadas del ITAM, donde además la última de ellas continúe colaborando en el ITAM, pero esta es nuestra historia y quise compartirla con ustedes.